La comunidad internacional se ha reunido esta semana en Nueva York para evaluar los progresos logrados en la lucha contra el sida, 10 años después del histórico periodo extraordinario de sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas sobre el VIH/Sida que desembocó en la creación del Fondo Mundial. Es importante reflexionar sobre los avances que hemos conseguido desde que el sida fuera identificado por primera vez en los Estados Unidos hace 30 años.
Recuerdo que en 1981, al poco de haber regresado a París una vez terminados mis estudios de postdoctorado en Harvard, comencé a trabajar como jefe de residentes en el Hospital Broussais. El servicio de nefrología que dirigía estaba especializado en las enfermedades llamadas "sistémicas", que son aquellas que causan anomalías generalizadas en el sistema inmunitario.
Había oído hablar y leído artículos sobre una misteriosa epidemia del síndrome de inmunodeficiencia que se había descubierto en Estados Unidos. No obstante, no tuve el primer contacto directo con la enfermedad hasta dos años más tarde, cuando un hombre francés y su esposa que habían sido repatriados desde África Central permanecieron hospitalizados hasta su muerte a causa de una grave inmunodeficiencia que se complicó por diversas infecciones.
En 1985, año en que las pruebas de detección se hicieron obligatorias para los donantes de sangre, abrí dos consultas especializadas en el Broussais y el Hôtel Dieu para las personas reconocidas como infectadas por el VIH. La adaptación de los hospitales a la nueva patología fue complicada. La enfermedad causaba temor y el número de enfermos aumentaba con rapidez. Me costaba encontrar camas para todos los pacientes, el personal de enfermería se protegía con trajes aparatosos que recordaban a los buzos antiguos y algunos médicos de hecho se negaban a ver o tocar a los enfermos.
En París, cada vez acudían más pacientes a los servicios de enfermedades infecciosas, o a los escasos servicios o unidades de inmunología clínica. En la segunda mitad de los años 80, el número de pacientes ingresados en Broussais era cada vez mayor. Empezamos a observar que todos los enfermos evolucionaban hasta desarrollar el sida y morían. Todas las semanas -a veces, todos los días- había alguna defunción en el servicio. Con frecuencia volvía por la noche para ver a mis enfermos en los últimos momentos de su vida. Atendí a mis primeros pacientes procedentes del mundo literario, del espectáculo o de la política.
Entre finales de los 80 y principios de los 90 empezaron a realizarse los primeros ensayos clínicos a gran escala de tratamiento contra el sida.
El optimismo de los 90
A principios de la década de 1990, la pérdida de vidas humanas no cesaba de aumentar y nuestra clínica nocturna, creada en 1988, estaba siempre llena. Aunque ofrecíamos confidencialidad y un horario tardío, a algunos pacientes les afectaba el pesado silencio nocturno del hospital y tener que ver la cara o los cuerpos de otras personas con signos evidentes del empeoramiento de la enfermedad. En los años siguientes, el arsenal terapéutico se vio reforzado con nuevos medicamentos y, entre finales de 1995 y principios de 1996, los resultados de los primeros ensayos de la triple terapia con un único inhibidor de proteasa ofrecieron un panorama radicalmente más optimista.
La XI Conferencia Internacional sobre el Sida celebrada en Vancouver en julio de 1996 fue un hito importante al que siguieron años de enormes progresos. Los nuevos enfoques adoptados permitieron que las mujeres seropositivas pudieran decidir sobre un embarazo, el riesgo de transmisión del virus a sus hijos disminuyó drásticamente y el deseo de tener hijos aumentó gracias a los nuevos tratamientos posibles frente a la enfermedad.
Mi labor se orientaba cada vez más hacia cuestiones relacionadas con el tratamiento en los países pobres. A petición de Bernard Kouchner, en 2001 formé parte de la delegación francesa en Bruselas durante los debates que precedieron a la creación del Fondo Mundial.
Desde su nacimiento, el Fondo Mundial se ha convertido en uno de los vehículos más poderosos del mundo para reducir las desigualdades en materia de salud y facilitar el acceso a los servicios de salud, lo que le convierte por su propia naturaleza en un instrumento extraordinariamente útil para el ejercicio efectivo de los derechos humanos.
Hoy en día, el Fondo Mundial presta ayuda a la mitad de los seis millones de personas que siguen tratamiento antirretroviral en países en desarrollo y es un importante financiador internacional para la prevención del VIH, con actividades destinadas a la reducción del daño y programas para prevenir la transmisión maternoinfantil del VIH. Esta rápida ampliación del acceso al tratamiento de una enfermedad crónica como el sida constituye un logro notable sin precedentes de la comunidad internacional, incluidos los Estados Unidos, un destacado contribuyente en la lucha.
Asignaturas para el futuro
Queda mucho por hacer, en particular ampliar el acceso al tratamiento para los millones de personas que todavía lo necesitan, y asegurar que los grupos de población más vulnerables al VIH (como los hombres que tienen relaciones sexuales con hombres, los usuarios de drogas intravenosas y los trabajadores del sexo) puedan beneficiarse de la prevención del VIH. Todavía quedan demasiados países donde las personas seropositivas han de padecer sufrimiento y discriminación con demasiada frecuencia.
Sin embargo, estoy firmemente convencido de que podemos derrotar al sida. Un objetivo que hace 10 años parecía utópico, tratar a millones de personas en los países más pobres, se ha conseguido. Otros, como eliminar la transmisión maternoinfantil del VIH, están a nuestro alcance, aunque aún tenemos que aprovechar plenamente todo el potencial que ofrecen las nuevas intervenciones de prevención, como la circuncisión masculina, o las ya utilizadas, como las pruebas y el asesoramiento. Y los resultados de un reciente ensayo que demuestran que el tratamiento también evita que una persona transmita el VIH, no son sino una razón más para seguir extendiendo la terapia contra el sida.
En los últimos 30 años no ha habido un respiro en la lucha contra la enfermedad, ni para los pacientes, ni para los médicos, ni para los investigadores. La lucha contra el sida continúa todos los días para millones de personas en todo el mundo.
*Michel Kazatchkine es el director del Fondo Mundial de la lucha contra el Sida, la Tuberculosis y la Malaria
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